jueves, 17 de enero de 2008

Reflexión sobre la libertad II

Recientemente he vuelto a tener el mismo tema en discusión, aquí presento así pues otra reflexión sobre la misma, comenzaré desde el punto de vista que me ha sido inculcado como Católico que soy y finalizaré con la filosofía "atea".

Llama la atención que en los Evangelios no se haga denuncia alguna de la esclavitud; y que, sin embargo, ya entre los primeros cristianos fuese costumbre manumitir a sus esclavos. Resulta casi imposible detectar en las palabras de Jesús alusiones que lo liguen a las contingencias de su tiempo; pero la esclavitud no era, desde luego, una mera contingencia, sino una realidad oprobiosa sobre la que se sostenía un orden social injusto. Jamás la condenó Jesús; y, sin embargo, sus seguidores más coherentes se distiguieron enseguida combatiéndola. ¿Cómo podemos explicar esta aparente contradicción?

Hay una frase de Jesús que vale por todo un tratado abolicionista; una frase que ha propiciado las más diversas interpretaciones tergiversadoras, pero que en su escuerta simplicidad incorpora un inequívoco mandato: "La Verdad os hará libres" (Jn 8,32).

Esa Verdad a la que Jesús se refiere es Él mismo: abrazándola, el hombre se libera de toda esclavitud; e, inevitablemente, quien la abraza no puede soportar que quienes están a su lado sigan sujetos a ella. Jesús se convierte así en el gran liberador; pero la libertad que promete es una libertad que se funda sobre un vínculo (y quienes hayan estudiado latín saben que 'vínculo' significa cadena): el cristiano es libre, y cree en la libertad de los demás, porque está encadenado a Jesús.

Creo que fue Chesterton quien definió a los católicos como esa gente que se había puesto de acuerdo sobre los catorce puntos del Credo, para poderse sentir libre y disentir en todo lo demás. Se trata de una libertad fundada sobre el vínvulo que entablamos con la Verdad en la que creemos, muy distinta de la libertad que nos ofrece nuestra época, que es básicamente una incitación a desprendernos de cualquier vínculo, esto es, una incitación insidiosa a la esclavitud. La verdadera libertad es aquella que nos libera de la contingencia, aquella que nos ata a un algo permanente, como el náufrago se ata al mástil; la libertad a troche y moche que proclama nuestra época es en realidad un extravío del naufrago que ni siquiera tiene una tabla ala que agarrarse y se deja arrastrar por las corrientes: queremos ser libres para envilecernos, libres para hacer con nuestra vida lo que nos dé la gana, libres para destruirnos.

Leonardo Castellani, un escritor argentino hoy olvidado, formidable detractor del liberalismo, escribió en cierta ocasión: "La verdadera libertad es un estado de obediencia. El hombre se libera de la corrupción de la carne obedeciendo a la razón, se libera de la materia sujetándose al perfil diamantino de una forma, se liberta de lo efímero atándose a un estilo, de lo caprichoso adaptándose a los usos; se liberta de su infecundidad solitaria obedeciendo a la vida, y de su misma vida caduca y mortal se liberta, a veces, perdiéndola en obediencia a Aquel que dijo: 'Yo soy la Vilda'. (...) La máxima libertad nace del máximo rigor, dijo Leonardo da Vinci: porque el hombre es más libre a medida que es más fuerte, y la obsesión de la libertad es la prueba de la máxima debilidad, que es la debilidad de la mente".

La libertad se ha convertido en uno de los talismanes más hinchados de nuestra época: la invocan a porrillo los políticos de izquierda y de derecha; la anteponen a cualquier otro principio, quizá porque carecen de principios. Más sorprendemente me resulta que este lenguaje haya contagiado a muchos católicos españoles; pues la libertad en el católico es el corolario natural de una adhesión a la Verdad, nunca un apriorismo sobre el que se pueda fundar la vida. Ahora entre los católicos españoles se está poniendo de moda proclamarse 'liberal' o 'neoliberal', que es tanto como presumir de doncella y regenta un burdel.

Y lo que catacteriza a estos católicos liberales o neoliberales es, precisamente, la conformidad en aqueñño en lo que deberían disentir, según la definiciñon de católico que aportaba Chesternon, esto es, en lo que afecta a lo contingente, a la centrina política. A veces me pregunto si esos católicos que tan unánimes se muestran en lo que deberían porfiar y discutir no habrán extraviado el sentido de obediencia y adhesión a la Verdad.

Concluiré este artículo citando otra vez a Castellani: "El filósofo Santayana soñó una vez que veía pasar cuatro caballeros en cuatro caballos, negro, alazán, bayo, y el último era blanco. Los vio pasar empenachados y armados y les dijo: '¿Adónde van?'. ¡Vamos a liberar a los pueblos', le contestaron. '¿Liberarlos de qué?', les gritó el filósofo. El hombre coronado del caballo blanco le dijo: 'De las consecuencias de la libertad'".

Fuente: Juan Manuel de Prada


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