jueves, 7 de febrero de 2008

Un día en un ambulatorio

Son las 00:45, se me ha olvidado tomar antes la pastilla para echarme a dormir y tengo que esperar media hora a que me haga efecto, así que me e planteado escribir en el blog.

Esta mañana por razones varias, y que no voy a explicar ahora, he ido al médico de cabecera.

Como siempre, y para variar, tení hora a las 10:10 y he entrado a las 12:00 pasadas. El puñetero sistema de citas no tiene sentido, dan una cita cada cinco minutos y con razón que vallan con retraso, conmigo el médico sin ir más lejos ha tenido que estar 20 minutos.

Quitando el estrés causado por la incompetencia burocrática, y el hecho en sí de que, gracias a Dios, tenía un montón de jueguecitos instalados en el móvil, mi espera se ha hecho más llevadera.

Pero a habiado un rato en el que he mirado a mi alrededor, a todos los pacientes que hoy mi médico iba a visitar tarde o temprano. Una edad media de 70 años, gente mayor, y me he asustado, no había gente joven. ¿Todos los ancianos van todos los días al médico o los jóvenes tienen más recelo a hacerlo?

Me he preocupado, yo cuando llegue a esa edad, si llego, ¿estaré pasando 2 mañanas a la semana en la sala de espera de mi médico de cabecera?

Pero esa no ha sido lo que más me a impactado. Ha llegado un momento en el que ha llegado una anciana de unos 85 para arriba en una silla de ruedas, empujada, como no, por una sudamericana que la cuidaba. Una señora mayor, de las de antes. En su rostro se podía ver claramente el paso de años dificiles, tenía una mirada perdida y triste, acompañado todo de movimientos temblorosos y algo torpes.

Al poco rato ha llegado una enfermera que la conocía y le ha dado un beso "dentro de poco su cumpleaños Gloria, el día 18, ¿verdad? Muchas felicidades". La señora mayor, Gloria, sonreia con la mirada tierna e inocente de un niño. Seguramente una persona solitaria a la que no le queda nadie, tan solo una chica que la cuida, llegará su cumpleaños y ni siquiera se acordará si no se lo recuerdan. Una persona que sabe que seguramente en cinco años ya no estará entre nosotros.

En ese momento, y quizá también debido a mi estado, me he encariñado de Gloria, me he entristecido, se me han llegado los ojos de lágrimas y me he visto totalmente impotente ante esa situación. ¿Qué puedo hacer yo? ¿Por qué me preocupo por una persona que no conozco? ¿Por qué me pasa esto a mí?

Una vez más me doy cuenta de que una de mis misiones en este mundo es poder ayudar al débil, al caído. Ya que siempre me encariño de los que lo pasan mal o los que están en sufrimiento, pero nunca hago nada porque me veo impotente ante esa situación.

Espero que poco a poco valla viendo mi camino en ese sentido y un día pueda ayudar de verdad a alguien que verdaderamente necesite una mano humana llena de cariño que pueda darle esperanza de vida.

1 comentario:

Adriana Bañares dijo...

Hola Daniel! Me ha gustado mucho esta entrada. Bastante triste, la verdad, pero bonita. Me ha recordado al último agosto, en el hospital haciendo compañía a mi abuela, intentando luchar contra lo inevitable.
La verdad es que los ambulatorios son terribles. Es cierto, siempre hay gente mayor y apenas uno o ningún joven. aterra la idea de que algún día nosotros nos veremos de ese modo, perdiendo el poco tiempo que nos queda en una sala de espera.

Un beso enorme, y espero qeu la razón por la cual tú fuiste al médico no fuera en absoluto importante.

pd: ¿pastillas para domir?